lunes, 30 de septiembre de 2013

A mar

Recogí restos de mar que dejó una ola en el hoyo de arena que él mismo creó. 

Te recogí.
Te sostuve. 
Miré lo que fuimos y seríamos con el tiempo. 
Miré mientras, entre mis dedos, se escurría toda esperanza de retenerte un minuto eterno. 
Cada gota salada escurría por las mejillas de mis manos. No podía contenerla, huía, se iba, te ibas.

Eres agua libre, orgullosa, cambiante.

Dejé de ver mi reflejo en ti, escaso, menguante.
E
  s 
    c
      u
        r
        r
       í
      a 
       s.

Te esfumaste, llevado por la misma ola que te trajo a mí. Te fuiste a ese inmenso mar de lágrimas del que viniste, del que creíste haber escapado, al que tanto amas.
Te fuiste, te llama. Desapareces. 
Lloras, y te olvidas de mí como si de mis lágrimas no conformaras también tu inmenso ser.

Eres ola que no saluda, que llega a encantar para luego irse y, de los demás, crecer su propio ser.

martes, 17 de septiembre de 2013

Noche


Ya había vivido esto antes. La sensación de mirar luces pasar hacia arriba de mi cabeza, ver a todos correr y gritar cosas que yo no entendía por estar inmerso en esas luces que subían. ¿Nacía?

La volteé a ver, no tenía mucha gracia, era pálida y de labios secos. Me hablaba esperando una respuesta, repetía y repetía su pregunta desesperada. Yo no la entendía, esa luz ensordecía mis oídos. Entonces, ella levantó la cabeza y miró al sujeto de mi izquierda, yo no podía girar la cabeza a verlo, sólo lo sentía. 
Parpadeé.

Abrí los ojos y ya casi no veía ni luces apenas oía un molesto ruido, como un agudo grillo cuya voz se alentaba más y más.
¿Se acercaba la noche? 
Ya no veía nada, ese ruido se hacía más fuerte y más llano. 
¡Despejen! oí que alguien entre el silencio gritaba, apenas se oía.
El sonido cambió de frecuencia.
Abrí los ojos, busqué con la mirada a aquella mujer que me preguntaba. Todos me miraban, yo seguía acostado. Las luces, ya quietas, no me dejaban distinguir nada, me miraban fijamente. Mi cabeza estaba a punto de explotar. Cerré los ojos. Suspiré. Después de mi suspiro, siguieron los suspiros de los que me rodeaban.
Anochecía. Yo anochecía.
 Aquel molesto grillo lanzó su último suspiro, continuo y claro. Mi corazón se dormía, mi cabeza comenzaba a flotar. Cerré los ojos y los vi, a la mujer, a todos. Algunos lloraban, otros veían su reloj y escribían. 
Aquellas luces se fueron apagando una a una hasta faltar la mía. 
La apagué.

viernes, 13 de septiembre de 2013

Biblioteca

Tenía años que no visitaba la biblioteca. Nada ha cambiado; libros viejos con ese olor que me recuerda al de las galletas con chispas de chocolate. Mesas junto a la ventana demasiado pintorescas como para sentarse en ellas. Las escaleras que, como por desafiar el silencio sepulcral debido de una biblioteca tradicional, tuvieron a bien hacer de hierro hueco y ruidoso para que cada vez que alguien suba, parezca un trueno de lluvia amenazando con despojarnos de cada letra. 
Me senté en la misma silla azul donde solía hacerlo para leer a Shakespeare; donde alcanzo a leer dos historias: la de Pedro fingiéndose enamorado de Dolores, y la del bibliotecario de sesenta años que, como hace años, le coquetea a la secretaria que esconde sus cosméticos bajo el letrero de "Favor de guardar silencio".


Foto mía.