Recogí restos de mar que dejó una ola en el hoyo de arena que él mismo creó.
Te recogí.
Te sostuve.
Miré lo que fuimos y seríamos con el tiempo.
Miré mientras, entre mis dedos, se escurría toda esperanza de retenerte un minuto eterno.
Cada gota salada escurría por las mejillas de mis manos. No podía contenerla, huía, se iba, te ibas.
Eres agua libre, orgullosa, cambiante.
Dejé de ver mi reflejo en ti, escaso, menguante.
E
s
c
u
r
r
í
a
s.
Te esfumaste, llevado por la misma ola que te trajo a mí. Te fuiste a ese inmenso mar de lágrimas del que viniste, del que creíste haber escapado, al que tanto amas.
Te fuiste, te llama. Desapareces.
Lloras, y te olvidas de mí como si de mis lágrimas no conformaras también tu inmenso ser.
Eres ola que no saluda, que llega a encantar para luego irse y, de los demás, crecer su propio ser.